Satie - Pianoworks - Santos

>> martes, 30 de junio de 2015


El enigma de un pianista

Homenaje a Satie, a 90 años de su muerte
Tributo a João Paulo Santos

I

Era un silencio natal. El de los primeros días, el de la luz primigenia y el dolor del hambre. El silencio de una habitación sencilla en la que mi pequeña hija gemía con el aire que desde apenas dos semanas comenzaba a respirar. Había apresurado su nacimiento y, por eso, no estaba lista para el mundo; por eso, por poco se convierte en pasajera en tránsito fugaz de esta aventura.
Tras dos semanas en el hospital, al fin, estaba en casa, con nosotros. Como si acabara, ahora sí, de nacer.
En esa habitación mi esposa descansaba tras el parto, sus pechos listos para darle alimento a mi hija y yo, mera compañía, torpe y casi excesiva, quería acompañarlos a ambos como si ninguna otra misión tuviera mayor seriedad. Acunaba a mi otro hijo y acompañaba con la mirada a la recién nacida como si la llevara yo mismo entre los brazos sin nunca soltarla.

II

Algo más había nacido en esos días. Cursaba el quinto año de la carrera de Comunicación Social y la materia que ocupaba mi principal interés se llamaba Crítica Artística y Literaria. Era, a ciencia cierta, más que nada un curso de historia y apreciación de la música, a cargo de un experto en esas artes y las de la didáctica: el profesor Ravanelli. A una de sus clases fue que llegó un día y –sin anunciar de qué se trataba la audición– abrió la compuerta del equipo musical, colocó el disco y dejó salir la música.
Lo que sonó fue la Gnossienne Nº1 de Erik Satie, que oí por primera vez en un ámbito no sé si del todo propicio, pero suficiente para engendrar en mí un enamoramiento por esa música que sonaba como si quisiera callar, como si deseara volver al sonido primigenio: ese que me acompañaba en la habitación de recién nacida de mi hija. Me acerqué tras la clase al profesor, le comenté la impresión que  me había causado la escucha y él me mostró el disco que acababa de poner: una selección de piezas para piano a cargo de Klára Körmendi.
En esos tiempos la tecnología más avanzada para la audición de música eran los discos compactos (CD), y la adquisición de estos no era sencilla para mí, por simples cuestiones económicas. Me las arreglé, sin embargo, para sumergirme de lleno en la música para piano de este compositor sin par. Al otro día, al comentarle mi experiencia a un compañero de trabajo, me dijo: «tengo un caset con una grabación de Erik Satie; mañana la traigo». 
En efecto, al día siguiente pude oír la grabación y al posterior, mi hija nació de improviso y nos arrastró por horas de temor hasta que su salud se restableció y pudo respirar por sus propios medios luego de que maduraran sus pulmones inocentes, aún impropios para la atmósfera terrestre.
Cuando mi hija se recuperó y pudimos llevarla a casa, me atreví a reencontrarme con esa música que seguía resonando en mí. El sonido de la grabación magnética era bastante deplorable, pero sin embargo, a través de ese raspado tan característico de las cintas de caset, las piezas de Satie se me aparecieron más bellas incluso que la primera vez que las oí. Pronto descubrí el por qué: la interpretación era la que completaba el poder de la partitura. Sin embargo, había un inconveniente: el caset no consignaba el nombre del pianista. Mientras sonaba en la habitación, como si acompañase el aliento de mi hija, yo me preguntaba cómo era posible tal poder y quién era el mago que lo aplicaba sobre mí.
Al poco tiempo acudí a una tienda y compré el disco de Körmendi (en el sello Naxos) a través del cual había conocido a Satie. La primera corroboración fue que no era la misma interpretación que yo tenía en mi caset. Además, aunque mi formación como oyente era precaria, me pareció que, aun cuando su abordaje del compositor francés era hermoso, no alcanzaba las alturas del desconocido pianista de mi modesta cinta. Poco podía imaginar que ese iba a ser el primer capítulo de un enigma que tardaría mucho tiempo en desentrañar y que podía resumirse en la siguiente pregunta: «¿quién era el pianista del caset?».

III

La búsqueda comenzó de inmediato y se extendió por los días, meses... décadas siguientes. Era el año 1994 y como periodista tenía posibilidad de tomar contacto con información de algunas compañías discográficas que tuvieran a Satie en su catálogo. Encontré una distribuidora en la Argentina de sellos de gran nivel, así que en el curso de un par de años compré los discos correspondientes: las piezas para piano por Yitkin Seow (Hyperion), junto con las piezas para ballet y las de Roland Pöntinen para el sello Bis. Luego, me prestaron las de Yuji Takahashi en Denon. Grabé, en medio de esa pesquisa, las de Pascal Rogé (Decca) y mandé a pedir en una disquería las etéreas de Reinbert de Leeuw (Philips). Apareció, más tarde, el disco doble de Aldo Ciccolini en EMI y una amiga me grabó una extraña incursión del actor Michel Legrand en el mundo discográfico, justamente con Satie.
Es cierto: descubrí versiones magníficas, muy distintas entre sí. Las de De Leeuw se acercaban de algún modo a las de mi pianista ignoto y me subyugaron, al punto de ser mis favoritas en lo provisorio. Las de Rogé me resultaron excelentes y un paso atrás puse en mi preferencia las de Pöntinen. Encontré similitudes de tempi entre las de Seow y Ciccolini, pero a pesar de la fama mucho mayor del ítalo-francés, siempre me parecieron superiores las del pianista de Singapur.




IV

Eran tiempos sin la gran red, pero recuerdo vívidamente que en mi primera incursión por internet dos de las primeras palabras que coloqué en el buscador (Yahoo!) fueron: «Erik Satie». Tengo de esos tiempos la impresión de unas páginas que hablaban de un gran experto en las piezas para piano del francés, llamado Olof Höjer. Fue el candidato a ocupar la identidad de mi pianista desconocido durante 15 años. Luego descubriría que no lo era.
En el transcurso de los tiempos me llené de mucha música y fue en ese entonces en que acuné el objetivo de cumplir un anhelo: aprender piano, aunque más no fuera para tocar las Gymnopédies y, especialmente, las tres primeras Gnossiennes. Iba a pasar mucho tiempo, también, hasta poder hacerlo. Incluso cuando lo conseguí, el pianista seguía sin revelarse.
Por cierto, internet se fue convirtiendo en una gran fuente a través de la cual acceder a grabaciones que de otro modo (al menos en la Argentina) era imposible. Así fue que descubrí grandes versiones, como las de Daniel Varsano (Sony), la notable integral de Jean-Yves Thibaudet, la de Boran Gorisec o las grabaciones de pianistas tan disímiles como Jean-Joël Barbier, Laurence Allix, Anne Quéffelec o Håkon Austbø. Di finalmente con el disco de Höjer y, de paso, también con una pianista argentina (Marcela Roggeri). Se me estremeció el corazón cuando escuché la rendición de una para mí desconocida Branca Parlic, que se puso también entre las favoritas provisorias. Pero no: ninguno era mi pianista y, además, aun acercándose a su perfección, ninguno lo superaba.

V

Pero un día llegó Spotify a mi computadora. Ingresé a esa «discoteca de Babel» y, por supuesto, obstinado, puse en el buscador el mismo nombre: «Erik Satie». El resultado arrojó numerosos discos, de pianistas ya conocidos muchos, y de otros ignotos. Y fui uno a uno recorriéndolos, esperando encontrar el sonido que en aquel caset aún sonaba, derruido pero contundente, como la mejor versión de las más representativas piezas de piano del autor de Parade.
Y entonces apareció. En una portada acorde con aquella vieja grabación que consistía en un retrato de Satie, «las dos abstractas fechas» (al decir de Borges) de su nacimiento y su muerte, y dos palabras convertidas en una: Pianoworks. La tapa no mencionaba el nombre del pianista, no, pero, al oír las versiones, mi pianista desconocido se reveló en su sonido perfecto, en la dicción personal y profunda de esas notas de aparente fragilidad. Fue hace dos meses, es decir, casi 19 años después de que el enigma se instaló en mí.
El pianista era el portugués João Paulo Santos. La emoción me embarga aún al poder consignar su nombre. Él grabó –para el modesto pero por entonces prolífico sello Digital Concerto– un disco que incluía las Trois Gymnopédies, las primeras Trois Gnossiennes, los Sports et Divertissements, los Pecadilles importunes, Menus propos enfantines y los Embryons desséchés, entre otras piezas. De esa edición, publicada en 1991, sacó seguramente mi amigo su grabación en caset, que pasó a mis manos azarosamente con el cerrojo de un misterio que acompañó mi propia formación como oyente.


João Paulo Santos.

VI

Saciado, aliviado, pensé en que la posibilidad de conseguir la versión física de ese disco que para mí equivale a un tesoro, era poco menos que fantástica. Así que, sólo por intentarlo, repliqué la búsqueda en la página argentina de Mercado Libre. Sobreviví al paro cardíaco: allí estaba, a la venta, en una copia nueva, a un precio accesible. La quise adquirir pero el vendedor la sacó de su oferta, para reponerla semanas después con un considerable aumento.
Igualmente, sentí que tener ese disco era dar por cerrada una historia. Lo obtuve, lo disfruté como un manjar sonoro que –puedo dar cuenta– no se agota al saborearlo. Y luego advertí que justamente hoy se cumplen 90 años de la muerte de Erik Satie. Y pensé en mi blog Oído Fino, que tanto quiero, sobre el que tanto trabajé y que tengo bastante abandonado. Y decidí compartirlo, junto con esta historia que no sé quién querrá leer, pero que quiere ser un homenaje múltiple: al genio de Satie, al magnífico pianista que mejor lo ha interpretado (Santos), al profesor Ravanelli y a la pasión por la música. Una pasión que no se deja vencer por los enigmas. Una pasión que deja marcas difíciles de borrar, nutricias y forjadoras, como esa luz que cae sobre el rostro de un recién nacido, como el aire que respira por vez primera, como el alimento que una madre vuelca sobre su boca para decirle que están vivos, y siempre unidos.




Anexo:

Top 36 de pianistas para Satie (*)

1) João Paulo Santos
2) Branka Parlic
3) Reinbert de Leeuw
4) Pascal Rogé
5) Jean-Yves Thibaudet
6) Håkon Austbø
7) Yitkin Seow
8) Roland Pöntinen
9) Olof Höjer
10) Klára Körmendi
11) Aldo Ciccolini
12) Daniel Varsano (con Philipe Entremont)
13) Alessandra Celletti
14) Boran Gorisec
15) Steffen Schleiermacher
16) Marcela Roggeri
17) Jeroen Van Veen
18) Frank Glazer
19) Cristina Ariagno
20) Jean-Pierre Armengaud
21) Alexandre Tharaud
22) Katia & Marielle Labèque
23) Johannes Cernota
24) Yuji Takahashi
25) Gabriel Tacchino
26) Paul Martínez
27) Chisako Okano
28) Riri Shimada
29) Alessandro Deljavan
30) Aki Takahashi
31) Laurence Allix
32) Jean-Joël Barbier
33) Ronan O’Hora
34) France Clidat
35) Patrick Cohen
36) Anne Queffélec

(*) La lista se basa en las grabaciones que he oído y que incluyen no siempre las mismas piezas, pero que con las interpetadas basta para darse una idea de la capacidad del pianista para transmitir la partitura de Satie.

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